viernes, junio 24, 2016

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DESPLAZAMIENTO FORZOSO Y JUEGO POETICO EN LOS COLORES DE LA MONTAÑA



Por  Jorge Ladino Gaitán Bayona,
(Profesor de Literatura de  la Universidad del Tolima,
jlgaitan@ut.edu.co).


Es aterrador el boletín 79 de marzo de 2012 de la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento en Colombia (CODHES): 5.445.406 desplazados por culpa de la violencia entre 1985 y 2011. Las implicaciones políticas, existenciales e históricas de la cifra van más allá del número. Apuntan a tragedias con nombres propios, existencias truncadas de seres y familias que pueden recrearse en el séptimo arte, al fin de cuentas “el cine es mirada, es punto de vista” (Bertolucci, citado por Romaguera, 1999, p. 13).

Lastimosamente “el arte, como el dios de los judíos, se alimenta de holocaustos” (Flaubert, citado por Roca, 2007, p. 15). El reto es refigurar las realidades crudas mediante un buen tratamiento estético. En el cine no bastan hechos susceptibles de denuncia e historias de vidas violentadas si se cae en el patetismo, la calidad del guión levanta sospechas o la labor de dirección no logra crear la atmósfera adecuada pues, tal como resalta Alfred Hitchcock, “en la ficción es el director el que debe crear la vida” (citado por Truffaut, 1974, p. 89). Una de las películas que recrea acertadamente la convulsa realidad colombiana y el desplazamiento forzoso es Los colores de la montaña (1), bajo el guión y dirección de Carlos César Arbeláez, nacido en Medellín en 1967.

Los colores de la montaña se estrenó en Colombia en marzo de 2011 (2). La historia transcurre en una zona campesina de Antioquia. Cerca de la única cancha de fútbol hay varias minas antipersonas. Los padres prohíben el paso, pero tres amigos quieren rescatar su balón nuevo: Julián, “Poca luz” -un niño albino- y Manuel, a quien regalan el esférico en su noveno cumpleaños. La trama se complejiza. Los infantes en casa contemplan a sus padres jugando inútilmente a esconderse de guerrilleros y paramilitares.


La orfandad de un pupitre en la escuela es la señal de que una familia más ha sido masacrada u obligada a abandonar sus propiedades. Dicho desplazamiento forzoso es otra forma de la muerte, más lenta y dolorosa por las fisuras en el espíritu de los “sobrevivientes”. Cualquier exilio -interno o externo- es preocupante por tratarse de “la grieta imposible de cicatrizar impuesta entre un ser humano y su lugar natal, entre el yo y su verdadero hogar: nunca se puede superar su esencial tristeza” (Said, 2005, p. 179). La grieta existencial del desplazamiento forzoso es sabiamente recreada en el largometraje de Carlos César Arbeláez, principalmente en una escena donde Julián huye tras la retención de su padre por parte de paramilitares, la destrucción de su casa y la posible muerte del resto de su familia. Gracias al uso de cámara en mano se siente la carrera despavorida del muchacho, su tensión y respiración agitada.

La historia de los niños es también la historia de la nueva profesora, joven y llena de ideales. Su deseo de construir país desde la docencia choca con la lógica perversa de su contexto. ¿Huir o morir? No le perdonan que motivara a sus alumnos a pintar un paisaje en las paredes del colegio, donde los asesinos habían garrapateado sus consignas. 

No es la preocupación de esta cinta la evidencia brutal de la sangre y de los cuerpos afrentados. En ocasiones, cuando el espectador espera que le muestren   un asesinato el director opta por cerrar la secuencia con un fundido a negro. Su poeticidad y silencios hacen vislumbrar al espectador el idilio quebrado y el nivel de desamparo de zonas rurales sometidas a la indiferencia del Estado.  Es una película cargada de humanidad por su recreación del miedo y la sutileza de abordar la tragedia del desplazamiento. Explora la lucha por la supervivencia de los campesinos y el aleteo de la esperanza de mujeres aferradas al amor de sus hijos cuando los bandos en conflicto asesinan a sus maridos. 

Los colores de la montaña es una película sobresaliente en la historia del cine colombiano (3). En medio de tantos largometrajes navideños de risa vacua sobre el rostro festivo de la idiosincrasia nacional -paseos, fiestas, embriaguez, frenesí y baile- resultan necesarias aquellas cintas que no dan la espalda a la historia de un país donde “la masacre de hoy borra la masacre de ayer pero anuncia la de mañana” (Roca, 2007, p. 13).  El tratamiento estético de la opera prima de Carlos César Arbeláez impide los peligros del melodrama o el panfleto.  En la sensibilidad de los espectadores quedan “sus personajes entrañables, sus paisajes hermosos, sus secuencias conmovedoras” (Silva Romero, 2011). 

Como contrapunto a la atmósfera de miedo, la película enfoca las búsquedas de treguas en el juego, la imaginación y los momentos cotidianos de la familia: niños anotando goles con sus botas de trabajo; la comunión de padres e hijos en las labores de ordeño; un infante a quien regalan una caja de colores y  pinta plácido la montaña mientras la contempla. En el dibujo del niño no hay hombres armados, la vida  resplandece, poblada de aves y cerdos que sonríen porque allí, en el consuelo de la página, no hay minas antipersonas. La escena del niño pintando la montaña -configurada a partir de un gran plano general que pasa a un plano detalle- es una de las más memorables en el cine nacional, profundamente alegórica sobre el sentido del arte en medio de la barbarie, al fin de cuentas, “¿cuál otro antídoto frente a la muerte, sino la belleza?” (Kristeva, 1999, p.23). 


NOTAS


 (1) Además de la película del director antioqueño, se destacan también  Retratos en un mar de mentiras (2010), de Carlos Gaviria;    La sociedad del semáforo (2010), de Rubén Mendoza; La sombra del caminante (2004), de Ciro Guerra.

 (2) Protagoniza por los actores naturales Mauricio Ocampo, Luis Norberto Sánchez y Genaro Alfonso Aristizábal (los niños protagonistas). En el elenco intervienen como adultos Hernán Méndez, Carmen Torres y Natalia Cuellar.

(3). El largometraje de Carlos César Arbeláez logró las siguientes distinciones: Premio Cine en Construcción del Festival de Cine de Toulouse en Francia a inicio del 2010; Premio Kutxa-Nuevos Directores por ópera prima en el 58º Festival Internacional de Cine de San Sebastián en España en septiembre de 2010; Premio del Público y Mención Especial del Jurado en el Festival Internacional de Ronda "Cine político para el siglo XXI" en España, 2010; Taiga de Plata en el Festival Internacional de Cine Debutante Spirit of Fire, Rusia en el 2011; Premio del Público  en el 51º Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias, 2011; y Premio al mejor actor para  Hernán Ocampo en el 13º Encuentro de Cine Suramericano que se realizó en Marsella -Francia- en abril de 2011. 


REFERENCIAS


CODHES (2012). Boletín 79 de la Consultoría para los derechos humanos y el desplazamiento. Bogotá. Recuperado de: http://www.acnur.org/t3/uploads/media/CODHES_Informa_79_Desplazamiento_creciente_y_crisis_humanitaria_invisibilizada_Marzo_2012.pdf?view=1
Kristeva, J. (1999). Sentido y sinsentido de la rebeldía, literatura y psicoanálisis. Santiago: Editorial Cuarto Propio.
Roca, J. M. (2007). Presentación de  La casa sin sosiego, los poetas colombianos y la violencia (ant.). Bogotá: Taller de Edición.
Romaguera, J. (1999). El lenguaje cinematográfico: gramática, géneros, estilos y materiales. Madrid: Ediciones de La Torre.
Said, E. (2005). Reflexiones sobre el exilio. Barcelona: Editorial Debate.
Silva Romero, R (2011). Los colores de la montaña. Revista Semana, sección cultura, Recuperado de: http://www.semana.com/cultura/articulo/los-colores-montana/236996-3.
Truffaut, F. (1974). El cine según Hitchcock. Madrid: Alianza Editorial.

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Para citación:



  • Gaitán Bayona, Jorge Ladino. “Desplazamiento forzoso y juego poético en Los colores de la montaña”.  Candilejas, Revista Cinema Itinerante de la Universidad del Tolima, Semestre B de 2015, No. 6, Volumen 3, ISSN: 2339-4552, p.p. 6-7.

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