sábado, enero 23, 2016

UNA COLOMBIA DE ALAS ROTAS EN MURO DE SOMBRAS Y DE PÁJAROS



Por Jorge Ladino Gaitán Bayona
(Profesor de Literatura de  la Universidad del Tolima,
jlgaitan@ut.edu.co).


Miryam Alicia Sendoya en Isla Negra, Chile


“Un pais náufrago / sorprende al pájaro con sus alas rotas / en la orilla de un poema” (Sendoya, 2015, p. 2).  Tres líneas que son un poema, un país, una declaración de principios de Miryam Alicia Sendoya Guzmán sobre la necesidad de cantar el paisaje en sus ríos, montañas y árboles, pero también en sus muertos y desaparecidos. Sus versos se miran a sí mismos como un mar testigo de un extraño encuentro de dos pájaros en su playa: uno acostumbrado al cielo y los colores mira a otro naufragando con  “alas rotas”, metáfora de una Colombia donde la muerte no tiene descanso porque “la masacre de hoy borra la masacre de ayer pero anuncia la de mañana” (Roca, 2007, p. 13).

Miryam Alicia Sendoya se suma a una importante tradición de poetas colombianos que ha escrito sobre la violencia: Héctor Rojas Herazo, José Manuel Arango, Piedad Bonnett, María Mercedes Carranza, Mery Yolanda Sánchez, William Ospina, Juan Manuel Roca, entre otros. Su poemario Muro de sombras y de pájaros  fue ganador del Gran Premio Ediciones Embalaje del Museo Rayo 2014. Su título está lleno de sugerencias, provocaciones y preguntas: ¿Colombia al paredón de la poesía en sus palabras y silencios? ¿Un muro que impide el paso de todo, hasta de sombras  y pájaros? ¿Un detenerse a pensar por migraciones forzadas o cuerpos ocultos en la noche? ¿Una casa en ruinas de la que apenas queda un muro para insinuar los estragos?

Previo a Muro de sombras y de pájaros, Miryam Alicia Sendoya Guzmán  (Ibagué, 1950) publicó los libros Girasol (2000), Soles rotos (2003) y Breviario del jardín (2004). Ha participado en varios Encuentros de Poetas de Roldanillo. En 2014 fue incluida en la antología Poesía colombiana escrita por mujeres, tomo II (Poetas nacidas a partir de 1950). Dicha antología fue coordinada por Guiomar Cuesta y Alfredo Ocampo Zambrano. 

Muro de sombras y de pájaros -publicado en 2015 tras la obtención del Gran Premio Ediciones Embalaje del Museo Rayo 2014- está integrado por 31 poemas. El preámbulo es un bello prólogo de siete páginas  de Agueda Pizarro Rayo, titulado “Caligrafía del dolor”.

La poeta siempre se ha destacado por elegir la brevedad como mecanismo estético en sus búsquedas de la belleza.  Tal como resalta Libardo Vargas Celemín, “ella entendió que su camino era el de la brevedad y por él discurren sus versos cortos, cargados de gran sensibilidad y apuesta por la profundidad” (2015). Una profundidad en la mirada para espiritualizar el paisaje al evocar una finca, un sendero o una planta, también para insinuar las múltiples violencias en Colombia:

  • Ocho  grandes guerras civiles en Colombia en el siglo XIX. 
  • La Guerra de los Mil Días entre 1899 y 1902 con más de 100.000 muertos.
  • La Violencia partidista (liberales y conservadores)  tras el magnicidio de Jorge Eliecer Gaitán entre 1948 y 1964 con aproximadamente 300.000 muertos.
  • Existencia de fuertes grupos armados al margen de la ley, de extrema izquierda y de extrema derecha, que han incurrido en innumerables masacres, secuestros, tomas y destrucción de poblaciones.
  • Sicariato al servicio del narcotráfico.
  • 5.445.406 desplazados por culpa de la violencia entre 1985 y 2011, según el boletín número 79 de marzo de 2012, de la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento en Colombia (CODHES). 

Al interior de cada cifra hay miles de historias individuales y familiares truncadas por las armas y los intereses económicos de quienes se enriquecen con el crimen y el robo de tierras.  Tantas violencias no son ajenas a los compromisos éticos y estéticos de una poeta hija de su época y  de los tiempos anteriores a su nacimiento. Uno de sus poemas insinúa que su cuerpo tiene una cronología más allá de lo individual. La memoria personal no es ajena a la colectiva: “La memoria habita los poros / y un tenue escalofrío me recorre” (Sendoya, 2015, p. 21). En pocas líneas la poeta sugiere su malestar existencial por un país cuya naturaleza prodigiosa se profana por diversos actantes de la guerra.  Su poema VII advierte: 


Un espejo deslucido
ve pasar el reflejo del día, 
una a una las sombras 
de los pájaros que llevan voces acalladas y sollozos (Sendoya, 2015, p. 7).  


Hasta las sombras de los pájaros guardan memoria y su canto está del lado de las víctimas. Van por el cielo diciendo lo silenciado en tierra por conveniencia o miedo. Son portavoces de las angustias vitales de una poeta preocupada por la suerte de su país de origen: “La naturaleza de los pájaros y su forma hace de ellos un alfabeto tan visual como sonoro para estos poemas. Son migratorios y cantan como la autora, una de muchos desplazados, desterrados y peregrinos” (Pizarro Rayo, 2015, p, II).

En Muro de sombras y de pájaros la imagen poética está cargada de tensiones.  Los polos opuestos se reconcilian  y llevan al lector a cuestionar toda forma de poder que acentúa en Colombia los odios acérrimos. La iglesia no está libre de culpa en este poemario. Entre lo alto y lo bajo, el cielo y la tierra, se mueven los versos de la poeta Miryam Alicia Sendoya, donde ni siquiera los ángeles están a salvo del destierro:


 En el pulpito 
-aves negras- 
arengan las torres de la iglesia. 
A veces, muchas veces, 
sus gritos llegan al cielo 
mientras los ángeles deshabitan el bosque (Sendoya, 2015, p. 14). 


¿Cómo no recordar el papel de un amplio sector de la iglesia católica en el periodo conocido como La Violencia, arengando a los conservadores para asesinar liberales? ¿Cuántos representantes de la iglesia, en vez de invitar a la tolerancia entre los bandos enfrentados, acentuaron odios y venganzas? ¿Por qué todavía los colombianos se dejan manipular por personajes de gritona oratoria que dividen el mundo entre buenos y malos, trátese de la iglesia católica u otras religiones?  

En el poemario los pájaros persisten en su tarea sagrada de insinuar horrores: una torcaza en una rama seca y “en su mirada parda las guerras incontables” (Sendoya, 2015, p. 9); “enlutados pájaros cruzan el firmamento” (p. 8) mientras el sol llora “los valles sembrados de escapularios rotos” (p. 8). En medio del dolor y la indiferencia queda, sin embargo,  el vuelo de la esperanza y la naturaleza regalando a los hombres la mejor de sus estaciones: “El gorrión sonríe, / vibran sus colores ciegos, / la primavera” (p. 7).

En los versos de Miryam Alicia Sendoya están las improntas de la poesía japonesa, del haiku y el  haikai, en donde todo  “se nos revela en un destello de asombro” (Agueda Pizarro, 2015, p. II).  Desde el asombro se refiguran los conflictos bélicos en Colombia sin caer en tonos quejumbrosos, sermones o panfletos. Es una brevedad sustentada en la imagen y en la sutileza del lenguaje para abordar cosas de extrema gravedad evitando el morbo o el regodeo en lo macabro: “Mujeres deshojadas / como libros en cualquier rincón. / Perdieron su risa. / Vidas rotas, / muñecas extraviadas” (poema XXVIII). 

Walter Benjamin habló del Ángel de la Historia como un ser angustiado que, en vez de ir al cielo plácidamente, apunta sus ojos a la tierra y juzga el progreso y su “cadena de acontecimientos” (2007, p. 48). Mira en el “una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar” (p. 48). No atiende a los discursos oficiales sobre héroes y gestas. Quisiera “detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido” (p. 48).  Su vuelo está del lado de las víctimas, silenciados y excluidos. La poeta Miryam Alicia Sendoya es como el Ángel de la Historia del célebre filósofo alemán. Su voz, cuidadosa y cálida, es para quienes partieron de forma trágica bajo la desaparición forzada o el exilio: La brújula marcó la huella. / En el muro la mueca del olvido, / la ceniza y la sentencia. / Nada señala la piel de los ausentes” (Sendoya, 2015, p. 15).

Pájaros, ángeles y distintas formas del aire en Muro de sombras y de pájaros, son “la poética de alas” (Bachelard, 1994, p. 76) en la propuesta estética de Miryam Alicia Sendoya. “El signo aéreo” (p. 32) de la poesía es el dinamismo de la imagen,  un lenguaje despojado de pesos retóricos para levantarse ante el lector y llevarlo a un viaje rico en asombros. Ahora bien, la imaginación no es sólo un regodeo con la palabra y no está despojada de tiempo ni de historia, “la imaginación no es un estado, es la propia existencia humana” (p. 9). Contiene espiritualidad, conciencia de la libertad y del valor sagrado de la vida. Por eso la poeta, sin descuidar la búsqueda de la belleza, sugiere hechos violentos que se “normalizan” en una Colombia caracterizada por la indiferencia y la resignación.  Sus versos anuncian sobrevivientes que dejaron atrás amores, y tierras por culpa del desplazamiento forzoso; recuerdan muertos despojados de rito, “solos / sin música / lejos de casa” (Sendoya, 2015, p. 30). 


Referencias

Bachelard, G. (1994). El aire y los sueños, ensayo sobre la imaginación del movimiento. México: Fondo de Cultura Económica.
Benjamin, W. (2007). Tesis sobre la historia y otros  fragmentos. México: Editorial Ítaca.
Pizarro R. A. (2015). Caligrafía del dolor, prólogo del poemario Muro de sombras y de pájaros, de Miryam Alicia Sendoya. Roldanillo (Colombia): Ediciones Embalaje, p.p. I-VII.
Roca, J. M (2007). La casa sin sosiego, la violencia y los poetas colombianos del siglo XX, antología. Bogotá: Taller de Edición.
Sendoya, M. A. (2015). Muro de sombras y de pájaros. Roldanillo (Colombia): Ediciones Embalaje.
Vargas Celemín, L. (2015). La poeta Miryam Alicia Sendoya escala. El Nuevo Día, el periódico de los tolimenses. Recuperado de: http://www.elnuevodia.com.co/nuevodia/opinion/columnistas/266323-la-poeta-miriam-alicia-sendoya-escala


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Para citación:



Gaitán Bayona, J. L. (2016).  Una Colombia de alas rotas en Muro de sombras y de pájaros. Letralia, Tierra de letras. Recuperado de:  http://letralia.com/lecturas/2016/01/20/una-colombia-de-alas-rotas-en-muro-de-sombras-y-de-pajaros/

LA POESÍA COMO CONTRACARA DE LA VIOLENCIA COLOMBIANA EN LOS VELOS DE LA MEMORIA, DE JORGE ELIÉCER PARDO RODRÍGUEZ

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