martes, marzo 05, 2013

PRÓLOGO Y POEMAS DEL LIBRO BALADAS PARA EL AUSENTE


BALADAS PARA EL AUSENTE: EL DIARIO DE YOKO ONO AL HOMBRE DE LOS ANTEOJOS TRISTES

                                                              
                                                                                Por Nelson Romero Guzmán


Baladas para el ausente es el tercer título de poemas del poeta Jorge Ladino Gaitán Bayona. Dos momentos creativos paralelos configuran el libro: uno tiene que ver con la estructura del diario que lo divide en partes (1:00 A.M., 2:00 A.M. y Sueños 3:00 A.M.), y el otro se instala en la voz íntima que nos habla desde el diario, encargada de reconstruir el diálogo con un ser ausente. Ese ausente es John Lennon y la voz que lo evoca a través de las baladas es la de Yoko Ono. El mayor desafío del libro de Jorge Ladino Gaitán, su propuesta poética más relevante consiste, justamente, en traer al otro desde la orilla imposible, al que se sabe definitivamente ausente sin la posibilidad de un retorno físico, ¿cómo lograrlo?, ¿por qué vías hacerlo? En este caso a través del cuerpo desnudo de Yoko, pero también apelando a la memoria colectiva que ella misma representa y de las letras de las canciones de Lennon intercaladas perfectamente en los poemas del diario. El pretexto de diario recapitula, yendo y viniendo fragmentariamente, varios momentos de la vida de Lennon al lado de Yoko y su fatal desenlace, tales como la luna de miel de la pareja en el Hotel Hilton en Ámsterdam en 1969, las protestas estudiantiles contra la Guerra de Vietnam, el compromiso del artista y su música con la libertad de los pueblos oprimidos, su relación con la pintura Pop, el teatro, el cine, la filosofía y la muerte del compositor y cantante a sus 40 años acaecida en Nueva York el 8 de diciembre de 1980 a causa de cinco balas propinadas por  Chapman; a su vez, el poemario se instala con toda su fuerza en la intimidad: se trata de la intimidad de un erotismo fatal, “mutilado”, donde falta el otro, de un duelo a muerte del cuerpo vivo de Yoko con el vacío del cuerpo del amante que no está presente en el lecho de quien lo exorciza, dando paso a su presencia fantasmal en la alcoba. De ahí que la mayor tensión del libro, su mejor definición poética, se instala en ese punto fugaz donde se entrecruzan la vida y la muerte mediadas por el deseo. Por eso en el poema que sirve de preludio nos encontramos de entrada con esta confesión: “También la muerte es estación del deseo”. 

Desde los primeros poemas el libro nos ofrece claves temporales y espaciales precisas para instalarnos en la lectura y, desde dichos referentes, desplegar el aparato verbal portador de imágenes sencillas que en su aparente fragmentación eligen un tono narrativo, procedente de la conciencia crispada y vigilante de quien es presa de un desvelo lacerante y obsesivo por ciertas ideas extrapoladas: la muerte y el deseo; el amor y la tragedia; la presencia y el vacío. Así, al avanzar en la lectura, sabemos que Yoko Ono, la viuda de Lennon, se encuentra sola en el cuarto de un hotel en Nueva York, un ocho de diciembre. El libro plantea en sus imágenes más recurrentes una sensación de vacío, desprendimiento, mutilación, ausencia, pérdida del otro y de sí mismo, como se desprende de varias citas contundentes en su construcción poética: “Como si el deseo fuera un holocausto y no Vietnam y sus sangres sin duelo” (VII), “Cinco balas y John sin Yoko” (V).

La concisión de los epígrafes son claves para entender el programa de lectura porque ellos se encargan de enriquecer la atmósfera del libro. El que sirve de pórtico proviene de la misma Yoko: “¿Por qué te extraño si sólo eres polvo? (“Why do I miss you so if you’re just a spec of dust?”); de Alejandra Pizarnik las palabras “instante”, “vacío” y “sombras” le dan sentido a la primera parte (1:00 A.M.): “Ese instante que no se olvida, / tan vacío devuelto por las sombras”;  así como los versos citados de Gioconda Belli nos remiten a la desnudez y la soledad del cuerpo de Yoko en su cuarto: “Aquí estoy, / desnuda, / sobre las sábanas solitarias”.  Lo mismo ocurre al interior de los poemas donde la voz de Lennon se deja oír fragmentariamente a través de las letras de sus canciones, principalmente aquellas que hicieron época y que fueron epígono de su amor por la paz, así como las que dialogaron con Yoko:


In the middle of the night I call your name,
¡Oh Yoko!”.


Dicha intromisión de voces ajenas se encuentran bien integradas a la intencionalidad del libro, pues a la vez que se hallan bastante asimiladas al conjunto, sirven para introducir sutiles variantes de tono y de perspectiva en el nivel significativo de los textos, otorgándole flexibilidad a la forma del diario asumida por los poemas. Además, sumado a esa intención de acumulación de voces, dicho despliegue y reconocimiento que hacemos como lectores se encuentra más explícita en la tercera parte del libro subtitulada “Sueños 3:00 A.M.”. Aquí se nos ofrece plena la mujer en su estado de duermevela, donde la experiencia del sueño y del delirio es vivida por Yoko como desdoblamiento a través de variadas voces de heroínas o escritoras de distintas épocas de la historia como Virginia Woolf, Sherezada, Dido, Cleopatra y Ofelia, las cuales se dejan sentir como las máscaras de la propia Yoko. Todo este coro de voces extraviadas en el tiempo, que a su modo también cantaron, resultan también evocadas como visión onírica de la imagen de la muerte; por eso el epígrafe escogido de un poema de Ovidio es perfecto a la intención de este apartado: “¿Qué es el sueño sino la imagen fría de la muerte?”. La primera “imagen fría de la muerte” es Nueva York a los ojos de Yoko, en esos momentos la ciudad es pesadilla y drama interior, también por haber sido el escenario de la muerte de Lennon, donde la única señal de vida es su música en medio de la descomposición:


Nueva York está sitiada,
hay esvásticas en la aurora,
cañones cruzando sus pájaros en fuego.

“Qué pasa, New York?
Qué pasa, New York?
Well down to max's Kansas City,
got down the Nitty Gritty
with the elephants memory band”.

Quiero correr y abrazar a John
pero los pasos arden y me quedo quieta,
entre cadáveres y discos emboscados.


Entre esa pesadilla de “discos emboscados” en una ciudad que arde, aparece la venganza y la muerte de Chapman, otro de los protagonistas del diario. El asesino se hace presente a través del sacrificio de Minotauro cuando Lennon le habla a Yoko desde el laberinto de Creta: “Seré Teseo en tu piel / pero antes mataré a Chapman y arrojaré al fuego el ovillo” (XXVII). La presencia de Chapman también hace parte del juego con las máscaras, un poco haciéndole guiños al teatro y finalmente burlando al homicida en un dejo de ironía, como en este pasaje:


Si pudiera devolverle los cinco tiros que mataron a Lennon,
me disfrazaría un rato de Chapman,
le pediría un autógrafo y en la noche le descargaría mis noches en vela.


El libro, en varios apartes, hace aflorar un cierto tono de ternura como la otra posibilidad de traer a un Lennon niño, donde Yoko juega a ser la madre; el ídolo es evocado reiteradamente desde sus insignias corporales y las utopías que hicieron tan particular y pegajosas sus canciones en una época que se reconoció en sus letras y en el sonido de los instrumentos que él interpretaba. Aquí está su retrato en palabras, quizá en su dimensión más familiar reconocida por sus fanáticos:


A tus cuarenta, John,
sigues hermoso en tu miopía,
lentes redondos,
jugando a Ghandi,
doliéndote el mundo en la mirada.
Querías salvarlo con canciones,
tu guitarra contra la guerra y un piano blanco para el amor.

“Imagine all the people
living life in peace…
You may say I'm a dreamer
but I'm not the only one.
I hope someday you'll join us
and the world will be as one”. 

(…)
Cantarás acurrucado en mi vientre,
siempre niño,
siempre Lennon.


El título del libro asume la balada como un género de la música popular, la más cercana a la expresión lírica para tematizar el amor, el erotismo y en este caso expresar la ausencia del ser amado; además porque esta forma musical encarna la manera de contar una historia que se sabe íntima, sentida y a la vez compartida. En este libro la balada tiene el poder de resucitar al otro, pero no para instalarlo simplemente a la memoria sino para complementar metafóricamente el cuerpo presente que se sabe mutilado sin el otro, como en el poema VI: “Las sábanas desperezan sus pliegues, / saben que en mi cuerpo falta tu cuerpo, / que a esta Yoko le han mutilado su Lennon”. Así resultan formas sencillas de decir, la fluidez de una conciencia en desvelo, el monólogo de la mujer solitaria que se habla a sí misma y entabla diálogos con un fantasma a quien lo evoca en su soledad: “Ven, / segundo a segundo, / sobre mi cuerpo que no ha dejado de esperarte”, sin embargo se hace consciente de la imposibilidad material de su erotismo: “Te toco, / desapareces, / sola de nuevo”. Ese juego entre la presencia ilusoria y la ausencia definitiva, viene a convertirse en una de las mayores sorpresas del libro, porque la evocación también da paso al John Lennon humano detrás del estereotipo de sus “anteojos tristes”, a quien amorosamente Yoko le dice:


Mi Lennon de anteojos tristes,
te dolía cada hueso quebrado,
la sangre sobre los campos de arroz,
la lluvia de bombas y el horror del bambú sagrado.


El John Lennon recreado por Jorge Ladino Gaitán no es el del mito forjado por la fama y la histeria colectiva, ni el del espacio multitudinario de los conciertos, sino el John Lennon humanizado en el escenario íntimo de un cuarto, donde es narrado poéticamente por Yoko, quien lo devuelve por un instante al mundo, haciéndonos partícipes de esa experiencia ajena a través del diario escrito en el tono de la balada, relegando de esta forma el poema a  un lugar marginal. Todo porque en este caso la escritura poética pudo enmascarase. La máscara ha sido el mejor complemento del hombre. Jorge Ladino Gaitán Bayona supo ponerse sin pudor la máscara de una mujer, la de la japonesa Yoko Ono, pero no cualquier máscara, la más difícil y huidiza quizá, aquella que va por dentro. Este libro nos hace pensar que la escritura debe servir para adentrarnos en el otro,  si se quiere también para saquearlo en el mejor de los sentidos, interpretarlo, perderse en sus laberintos y soñar sus sueños. Son esos los robos que la literatura justifica,  son los hurtos sagrados que debe hacer la poesía así como Prometeo robó el fuego, cuando se trata de escribir un libro sobre un personaje reconocido, en este caso John Lennon, uno de los símbolos más altos y más populares de la música de los años sesentas y setentas. Este libro es diario y es balada porque relatan con mesura, es decir, sin la concepción anquilosada del poema como mera acumulación de imágenes deslumbrantes, recuperando en su aparente simpleza la frescura del hombre que fue Lennon. Es un lenguaje que va de adentro hacia afuera y viceversa, es decir, desde las entrañas de dos seres que se amaron hondamente a través de la carne, el compromiso con la libertad, la música y la pintura, pero también desde el mundo externo simbolizado en una ciudad como New York que fuera escenario del rock and roll y que ahora se descompone a los ojos de Yoko, como “una imagen fría de la muerte”, según reza el epígrafe de Ovidio.

Celebro este libro de Jorge Ladino Gaitán, celebrado también por lectores que me han precedido en un certamen nacional y otro regional de poesía, donde fuera destacado.




SELECCIÓN DE POEMAS DE BALADAS PARA EL AUSENTE

                

II



A tu muerte llevaré mi muerte,
salvaré un solo recuerdo,
un año para emboscar al tiempo sus relojes:
1969,  
la piel de marzo en Ámsterdam,
la cama sin orillas del  902,  Hotel Hilton.

Afuera las calles sacudían su desencanto,
pancartas y besos contra la guerra,
no podía llamarse fría cuando Vietnam era un incendio.
Mi Lennon de anteojos tristes,
te dolía cada hueso quebrado,
la sangre sobre los campos de arroz,
la lluvia de bombas y el horror del bambú sagrado.
No podías callar,
hicimos el amor hasta quebrar al miedo sus alas silenciosas.
La cama fue bote salvavidas,
asomaron otras voces
y remamos en coro:

“All we are saying is give peace a chance”.

Querías una canción con la furia de las palabras simples,
la utopía desnuda de artificios y metáforas,
un pozo de aguas claras donde los pájaros bebían su reflejo.

Salvaré un  solo recuerdo.
A tu muerte llevaré mi muerte.



X



Hay una guitarra llorando tus manos,
hay un cuerpo que se sabía guitarra y se mira guijarro,
hay una canción deslizando un cuerpo por las grutas de un mal recuerdo,
hay una foto desangrada en canción en el álbum de bodas,
hay una Yoko  acariciando la foto
donde no sueltas mi mano, John, en una tarde de protesta.
Cada cosa soportando la otra en su ausencia,
un sol negro, como el verso de Nerval,
todo en este cuarto tan exacto a mí,
tan ajeno a mí.


XIII



La palabra astilla los nervios y nadie habrá de escucharme.
El piano de la muerte en la noche ebria.
Hay un rincón del viento donde la memoria sangra tus guitarras y canciones:

“Life is what happens to you
while you're busy making other plans”.

Otra vez el horror,
 el eco de diciembre deslizando tu cadáver.
A veces recuerdo mis labios donde anidaste tu saliva y tu deseo.
¡Oh John, si volviéramos como las flechas que nunca partieron!


XXXIX



Los fantasmas no envejecen,
llevan la edad de su muerte.
A tus cuarenta, John,
sigues hermoso en tu miopía,
lentes redondos,
jugando a Ghandi,
doliéndote el mundo en la mirada.
Querías salvarlo con canciones,
tu guitarra contra la guerra y un piano blanco para el amor.

“Imagine all the people
living life in peace…
You may say I'm a dreamer
but I'm not the only one.
I hope someday you'll join us
and the world will be as one”. 

Sé que me esperas y no te importa si tendré setenta u ochenta.
Los fantasmas no envejecen,
pero estaré más vieja para cuidarte.
Cantarás acurrucado en mi vientre,
siempre niño,
siempre Lennon.

 

 XL



Seguir lloviendo…
hueso adentro
entre sábanas y sueños rotos.
La piel eligió su invierno,
la lentitud de los relojes mientras deshoja el día su mueca.
A veces el sol arroja sus migajas
y el frío igual,
el desvarío de ser y nombrarse,
cuarenta poemas no bastan para salvarse,
cuarenta años arribaron a la muerte, mi Lennon niño, mi Lennon amante.

Los recuerdos  se sacuden la nieve sobre mis párpados.
¿Quién avivará el fuego?
¿Dónde los amigos o las viejas canciones?
Uno vuelve a las fotos por las heridas que no cierran.
Cada retrato convoca su propio espanto.
El miedo apunta:

Las
palabras
caen
como
insectos.


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DATOS DEL AUTOR DEL PRÓLOGONelson Romero Guzmán, poeta colombiano (Ataco-Tolima, 1962). Ganador de varios reconocimientos, entre los que se destacan el Premio Nacional de Poesía “Fernando Mejía Mejía” (1992), Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia (1999) y Premio Nacional de Literatura –modalidad poesía- del Instituto Distrital de Cultura y Turismo de la Alcaldía de Bogotá (2007). A nivel lírico ha publicado los libros Días sonámbulos (1988), Rumbos (1993), Surgidos de la luz (2000), Grafías del insecto (2005), La quinta del sordo (2006), Obras de mampostería (2007) y Apuntes para un cuaderno secreto (con la mexicana Kenia Cano, 2011). A nivel de crítica literaria ha publicado los libros El porvenir incompleto, tres novelas históricas colombianas (2012) y El espacio imaginario en la poesía de Carlos Obregón (2012). Es Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Santo Tomás y Magister en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira en convenio con la Universidad del Tolima.


PORTADA:  Memories in green. Óleo sobre lienzo de Diego Fernando Céspedes.


DATOS DEL LIBRO: Gaitán Bayona, Jorge Ladino. Baladas para el ausente. Ibagué: Alcaldía de Ibagué, 2013. 

Baladas para el ausente fue Mención de Honor en el XVI Premio Nacional de Poesía  Ciro Mendía 2012 y Premio de Poesía Juan Lozano y Lozano 2012. Este último premio permitió la publicación del libro dentro del Programa Municipal de Estímulos de la Alcaldía de Ibagué, desarrollado por la Secretaría de Cultura, Turismo y Comercio.

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