domingo, febrero 27, 2011

EL ARTE COMO REDENCIÓN EN EL DISCURSO DEL REY

Por Jorge Ladino Gaitán Bayona,
Profesor de Literatura de la Universidad del Tolima,
jlgaitan@ut.edu.co



En cierta ocasión dijo Shakespeare: “No temáis a la grandeza; algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta y a otros la grandeza les queda grande” (citado por Cubeiro, 2009: p. 110). Este pensamiento y la impronta de las creaciones del dramaturgo inglés subyacen en El discurso del rey (The King's Speech), filme estrenado a fines del 2010 y dirigido por el londinense Tom Hooper. No sólo se trata de una cinta que habla de un rey temeroso al que la grandeza le queda grande (Eduardo VIII, quien claudica al trono para casarse con una divorciada norteamericana) o del hermano que alcanza la grandeza superando su tartamudez y afrontando el difícil momento histórico de orientar a su pueblo a fines de la década del treinta del siglo XX, el rey Jorge VI, sino también la grandeza de quien, a pesar de su origen humilde y su difícil trayectoria como actor, descubre que el arte a veces funciona mejor que la medicina cuando se trata de devolverle a alguien la confianza en su propia voz.


Esta película británico-australiana presenta al Duque de York en las dificultades que le ocurren debido a la tartamudez generada por traumas de la infancia. Él (interpretado acertadamente por Colin Firth), tras sus intentos fallidos con las terapias convencionales de los médicos y expertos de la Corona, llega donde Lionel Logue (representado por el destacado australiano Geoffrey Rush), quien con ejercicios de teatro y una experiencia de transferencia basada en la confianza y la amistad tiene la tarea de lograr que el Duque de York, devenido en el Rey Jorge VI, pueda hablar adecuadamente a la hora de los discursos que orientan a sus conciudadanos. Es la década del treinta en Europa, Inglaterra debe entrar en conflicto con Alemania y Jorge VI, como voz y autoridad de su pueblo, debe dar a los británicos la tranquilidad de una gestión y la contundencia de su palabra. Es ahí cuando el arte viene en socorro del poder, pues un enamorado de la dramaturgia de Shakespeare, Lionel Longue, recurre a técnicas actorales, ejercicios de respiración, trabalenguas, pasajes del creador de Hamlet y juegos diversos.


Indudablemente este tipo de película es propicia a la hora de recaudar premios. No obstante y sin desconocer el tenue trasfondo del inicio de la Segunda Guerra Mundial, lo que la hace memorable a los ojos y la conciencia del espectador es que no es como las típicas historias de superación personal, sino que está complejizada por la fuerza interpretativa de los actores, el uso de recursos característicos de la dramaturgia (tanto ejercicios y técnicas, como la forma como ciertos pasajes de la cinta manejan escenografías propia del teatro), la bella idea de que donde hay guerra hay también posibilidades de arte y la tremenda humanidad que nutre la historia: una oda a la amistad y a la perseverancia. Es de resaltar, además, que se evitan las cursilerías, los discursos sensibleros y los típicos mensajes que se acostumbran en otras realizaciones fílmicas. Aquí los diálogos son tremendamente elaborados, las escenas cargadas de poeticidad y la relación entre el logopeda y su paciente está carnavalizada: el juego de Logue es que hay que desentronizar al rey en su consultorio-teatro para que se dé el contacto familiar, el baile y la conciencia del cuerpo, la risa sacrílega y la posibilidad de liberar groserías para espantar el miedo que obstaculiza la voz. El deudor shakesperiano sabe que la tartamudez, más que causas físicas, tiene profundas raíces psicológicas que provocan el trastorno de la comunicación y por ello concibe su labor como un acto filantrópico donde la idea es devolver al otro, hermanado en la interacción lúdica, la confianza en la palabra propia.


Varios “expertos” de los que aún creen que la historia es un relato verídico de cosas del pasado consideran que ésta es distorsionada en un film de corte histórico como el de Tom Hooper. Sin embargo, atendiendo a planteamientos de Paul Ricoeur y de Hayden White, habría que recordar que los sucesos son inaprehensibles, que lo que se construyen son hechos, narraciones al fin de cuentas en las que lo histórico se teje con recursos presentes en la literatura. ¿Cómo desconocer que la historia es una construcción discursiva y que el texto histórico es un artefacto literario en el que se urden tramas desde un punto de vista que, necesariamente, es subjetivo? Además, más allá del horizonte que se elija en términos de filosofía de la historia, la ficción tiene sus licencias para distorsionar, poetizar y erigir un mundo. El Jorge VI en El discurso del Rey podrá tener encuentros y desencuentros con el ser real que reinó en Gran Bretaña y que dio sin evidenciar su tartamudez un discurso inolvidable un 3 de septiembre de 1939, pero, más allá de correspondencias y fidelidades, importa para el cine porque está cargado de tensión, de luchas internas entre la responsabilidad social y el miedo individual, de iras creíbles y de actos generosos con el otro actante de la cinta: Lionel Longue. Aunque ambos se unen en torno a un propósito y en una relación directa con el mundo del teatro y de Shakespeare, tienen también mucho de cervantinos. El cine, como la historia, no olvida que estos dos personajes siempre estuvieron juntos en actos públicos y privados. El Quijote prometió a Sancho una ínsula, Jorge VI le entregó a Lionel la Orden Victoriana del Reino como comandante. El título honorífico, más que la evidencia de un documento y de una dignidad cortesana, era la confirmación de una amistad incondicional y de un profundo agradecimiento. Cómo no recordar acá a Alberto Moravia cuando decía: “La amistad es más difícil y más rara que el amor. Por eso, hay que salvarla como sea” (1982: p. 35). Indudablemente El discurso del rey es una película que merece ser vista porque es todo un homenaje al teatro y al sentido humanista del arte y la amistad.



REFERENCIAS


Cubeiro, Juan Carlos. Shakespeare y el desarrollo del liderazgo: el misterio de la naturaleza humana. Madrid: Prentice Hall, 2009.

Moravia, Alberto. El rey está desnudo: conversaciones con Vania Luksic. Barcelona: Plaza Plaza & Janés, 1982.


* Esta reseña es tomada de Facetas, Cultura al día de El Nuevo Día, el periódico de los tolimenses, domingo 27 de febrero de 2011.

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TRAILER DE EL DISCURSO DEL REY:

LA POESÍA COMO CONTRACARA DE LA VIOLENCIA COLOMBIANA EN LOS VELOS DE LA MEMORIA, DE JORGE ELIÉCER PARDO RODRÍGUEZ

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